ODA AL TOMATE


La calle  
se llenó de tomates, 
mediodia, 
verano, 
la luz 
se parte 
en dos 
mitades 
de tomate, 
corre 
por las calles
 el jugo. 
 En diciembre
se desata
el tomate,
invade
las cocinas,
 entra por los almuerzos,
se sienta
reposado
en los aparadores,
entre los vasos, 
las matequilleras,
 los saleros azules. 
Tiene
luz propria,
majestad benigna.
 Debemos, por desgracia, 
 asesinarlo: 
se hunde
 el cuchillo 
 en su pulpa viviente,
 es una roja 
viscera, 
un sol, 
fresco,
profundo,
inagotable,
llena las ensaladas
de Chile, 
se casa alegremente 
con la clara cebolla,
y para celebrarlo
se deja
caer 
aceite,
hijo 
esencial del olivo,
sobre sus hemisferios entreabiertos, 
agrega 
la pimienta 
su fragancia, 
la sal su magnetismo:
son las bodas
del día 
el perejil
levanta 
banderines,
las papas 
hierven vigorosamente, 
el asado
golpea 
con su aroma
en la puerta, 
es hora! 
vamos!
y sobre 
la mesa, en la cintura
del verano,
el tomate,
astro de tierra, 
estrella
repetida
y fecunda
nos muestra
sus circunvoluciones, 
sus canales, 
la insigne plenitud 
y la abundancia 
sin hueso, 
sin coraza, 
sin escamas ni espinas, 
nos entrega 
el regalo 
de su color fogoso 
y la totalidad de su frescura.